miércoles, 6 de agosto de 2014

La Vida no es de Cristal...

Las quemaduras ya no arden y el dolor ya no lo siento. Solo me molesta seguir pensando en la desesperación que mostraban las caras de la gente en la vereda de la calle Uriburu. Pero tengo que confiar en lo que mi tío dice, todo va a estar bien.

Un ruido horrible. Me despierto muy asustado. Me queman los brazos y la cara, me sangra. No hay vidrios en las ventanas, están en el piso de mi cuarto. Quiero llorar pero no me sale así que corro y busco a mamá. No está en su cama, ni en el living, ni en la cocina. Está en el balcón. Ahora sí, lloro. Mamá me ve y me abraza fuerte, muy fuerte, tanto que me duele y me quejo. Creo que se da cuenta de que me sangran los brazos recién en ese momento. Me lleva corriendo al baño y me pone el líquido amarillo que tanto odio y tanto arde. Quiero saber qué está pasando pero no me dice nada y no me animo a preguntar.
Mamá parece asustada y eso me asusta todavía más. Me lleva a mi cuarto y empieza a agarrar mi ropa y ponerla en el bolso de Los Simpsons que me regaló el Abuelo para mi cumpleaños. Me agarra de la mano, sin hablarme ni mirarme, cosa que me preocupa, y vamos a la cocina. Tampoco hay vidrios en la ventana que da al pulmón del edificio. No entiendo por qué le decimos pulmón, no respira, es sólo un agujero del que mamá me dice que siempre me aleje.
Me quedo mirando un rato por esa ventana, mientras mamá corre hacia el baño, su habitación, vuelve a la cocina y empieza otra vez a recorrer el departamento como si buscara algo. Sigo pensando qué puede ser lo que pasó para que haya tantas sirenas de bomberos, policías y ambulancias. Me parece como si estuviera en una película pero no voy a decir nada porque siempre recibo retos de los adultos, incluida mi mamá. La ficción no es real. La ficción te vuelve tonto. A mi me gusta sentir que mi vida es una película y que pueden pasar cosas increíbles e interesantes. Si los grandes prefieren ser aburridos, se van a terminar volviendo locos en su mundo donde tienen todo planificado.
Cuando me doy cuenta estoy en las escaleras, corriendo con la cartera de mamá en los brazos.Tu bolso pesa mucho, lleva esto que está casi vacío. Es raro ver a mamá, tan seria, llevando una mochila de Los Simpsons. El ascensor está cerrado y el portero nos pide que no lo usemos por seguridad. Mi mamá entiende el porqué rápido y me arrastra al primer subsuelo, donde guardamos el auto. Subimos en silencio, en realidad sin hablarnos, porque hace bastante ruido al respirar, y prende el motor. Cuando me acomoda bien el cinturón de seguridad, por primera vez en el día me pregunta con palabras si estoy bien. Con sus ojos ya me lo preguntó varias veces, y yo le respondí de la misma forma. Respondo que sí porque no me animo a decirle que me está matando la intriga y que me gustaría saber qué está pasando y qué va a pasar después. Se da vuelta, respira hondo y arranca.
Salimos del estacionamiento y me doy cuenta de que la calle de mi casa esta llena de gente. Me parece raro, porque no hay muchos lugares cerca donde la gente trabaje vestida de traje o muy arreglada, como veo que hay muchos. Seguro que hay alguna reunión, quiero creer. Les miro las caras, muchos están llorando y van arrodillandose, como si no tuvieran fuerzas para quedarse parados. Algo más está pasando. Nos pasan tres ambulancias muy rápido por el costado y entonces miro para atrás. Presto atención a la gente que está en el piso. Tienen las manos juntas, como rezando, y la mayoría de los que lo hacen tienen ese sombrerito redondo en la punta de la cabeza que nunca entendí para qué sirve. Mamá me explicó una vez que es por su religión pero me sigue llamando la atención. Hay muchos hombres de los que llevan las barbas largas, ¿cómo me habían dicho que se llamaban? Rabinos, si. Hay muchísimos y todos parecen desesperados. También veo que las mujeres son muy parecidas, todas vestidas iguales y con el mismo corte de pelo. Nunca me había dado cuenta de eso, pero ahora que están todas juntas me pregunto si también será por su religión.
Está todo negro, hay por lo menos 20 patrulleros, bomberos y ambulancias estacionadas en frente del edificio, ese edificio que ya no es un edificio porque se cayó y ahora es solo pedazos de cemento negros acumulados en el piso. El edificio que, según mi abuelo, era el más importante de todo el barrio de Once por ayudar a la gente sin discriminarla ni pedir nada a cambio, ya no existe.La gente está agrupada en la vereda de enfrente donde alguien, supongo que la policía, puso de esas cintas amarillas que dicen “peligro” para evitar que se acerquen al lugar destruido. Esto sí se parece a una película, no pueden decirme que no. Lo único que reconozco es que, por el miedo que siento a través de las expresiones de la gente y de mamá, lo que pasa no es increíble por lo divertido, sino por lo horrible.



Ahora sé lo que pasó a la mañana, pero no logro entender por qué. No puedo pensar en que alguien quiera matarse junto con otras personas inocentes. Estoy muy cansado, fueron 4 horas de viaje por una ruta llena de autos que no avanzaban más. Mañana espero poder hablar con mamá, o más que hablar, darle un abrazo, porque sé que todo lo que hizo lo hizo para protegerme y no contagiarme de su preocupación. Por suerte mi tío nos va a saber entretener y así vamos a pensar en otra cosa que no sea el desastre que pasó en la esquina de mi casa este 18 de julio.

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